miércoles, 26 de noviembre de 2008

La vida oculta tras las teorías de la conspiración

Miren al cielo. Bueno, ahora quizás no sirva de mucho pero basta con que lo recuerden, porque ahora que lo pienso ya no pasan muchos aviones por el cielo de Caracas, ¿cierto? Pero hagamos el ejercicio de rememoración. Elijan un avión al azar surcando el cielo, ¿lo ven? ¿Sí? Fino, ahora vamos con la estela, la ven, ¿verdad? Sí, esa, la estela esa blanca, espesa, larga, nubosa, inquietante. Todavía no entiendo cómo se elevan los aviones, así que no puedo hablarles de los detalles técnicos de esa estela, pero, ¿nunca les ha dado curiosidad por qué su rastro permanece tanto tiempo suspendido entre las nubes? Bien, algunas personas encontraron/inventaron una explicación y aunque no sé qué tan fiable puede ser. Les echo el cuento rápido, al fin y al cabo esto es sólo una excusa para hablarles de Beck.

Les llaman chemtrails, “rastro químico” para vosotros, hermanos castizos. Dicen que cuando ese rastro persiste por demasiado tiempo en el cielo no se trata de simples estelas de condensación, no, sino que los señores de la guerra han comprado ciertos aviones y líneas comerciales para sembrarnos productos químicos desde el aire. Sí, eso mismo, parece que cuando un avión pasa nos está contaminando el aire con gases cuyos fines son divertidísimos: Control mental (eso explicaría las masas que insisten en decirle poeta a Ricardo Arjona), guerra biológica (de ahí viene el mal olor de Caracas), desaparición de nubes (cuando a algún hijo de los señores de la guerra le provoca ir a la playa) y un largo etcétera. Hay montones de páginas en Internet y una amplia bibliografía de respetables egresados de Harvard que explican bien toda esta historia, una teoría de la conspiración que se está poniendo de moda y seguramente llegará a su tienda de chatarra intelectual para la colección primavera-verano del 2009, probablemente a través de un mail forwardeado mil veces por el mismo carajo que nos vendió el cuento de que en Corea del Sur se comían fetos y hasta se conseguían en el supermercado, ¿era así el cuento?... En fin, nos estamos dispersando.

Beck, que es un tipo cojonudo y proclive a sorprender, sacó hace unos meses un discazo llamado Modern Guilt, un álbum realmente conceptual con la virtud de manejar un discurso emotivo muy claro que viaja sin intermediarios del oído al corazón, o a los pies, o al alma o al final de la espalda, o a donde quiera que cada quien sea más sensible. Beck está cerca de los 40 y parece que la edad no perdona a nadie, por eso hizo este disco como preludio a su futura crisis, una revisión de cómo ser humanos en un mundo destruido por nuestra propia estadía en él y que probablemente se volverá en nuestra contra cuando no aguante más. En ese disco hay un tema llamado “Chemtrails”, una alegoría muy bien construida que juega con imágenes de un cielo que se nos viene encima para ahogarnos:

I can’t believe what we’ve seen outside

You and me watching the jets go by

Oh, oooh, oh

Oh, oooh, oh

Down by the sea so many people’ve

Already drowned

You and me watching the sea full of people

Try not to drown

Más allá del cuidadísimo trabajo en la instrumentalización y mezcla final, cortesía incuestionable de don Danger Mouse (el productor de Modern Guilt, otro nombre con el que bien vale familiarizarse), “Chemtrails” puede verse como un tema, en el fondo, esperanzador, un espaldarazo a la vida cuando parece que ahora sí, que este mundo es una mierda insalvable en la que no se puede vivir. Pero ojo, no un mundo para vivir en soledad:

So many people, so many people

Where do they go?

You and me watching the sky full of chemtrails

That’s where we can float

Ese you and me, tú y yo, se repite como estribillo falso en el tema y no es en vano. Beck apuesta por eso que hace a la vida una buena inversión de esperanzas cuando dichas esperanzas están compartidas, un mensaje que se desmarca del individualismo y apunta a la médula del ser humano: nuestra necesidad de compartir lo que somos, todo lo que somos, para bien y para mal. Ese párrafo prácticamente dice que no importa que todo se venga abajo, que todos estén jodidos, que este suelo que pisamos este hecho para ahogarnos, no importa ni siquiera que el cielo nos traicione, no importa nada porque ahí estamos tú y yo para ver eso y tratar de avanzar. El camino lo traza Beck en la última frase de la canción:

We’re climbing a hole in the sky


Un hueco en el cielo, el único lugar donde caben dos pero no uno. La vida, sin duda, pinta mejor cuando hay alguien al lado para buscar vías de escape en un cielo cada vez más bajo. Parece que sigue de moda ser malo, ver al optimismo como cursilería trasnochada, pero creo que el problema está en la forma y Beck consigue con “Chemtrails” hablar de la esperanza con elegancia y poesía genuina (Arjona jamás podría escribir media línea de este tema, se los juro). Y es que me pregunto, ¿por qué tenemos prohibido hablar de la alegría? ¿Qué derecho tenemos de cerrar los ojos ante los motivos para creer que vale la pena seguir? Seguramente el mundo podría estar mejor, no parece complicado estar de acuerdo con eso, pero coño, qué injusto no darnos cuenta de que con idéntica facilidad el mundo podría estar peor. Ahí donde una mano pequeña, pequeñita, se cierra en el dedo tembloroso de alguien; ahí donde la vida se crea a partir de otras dos unidas; ahí donde un llanto de madrugada recuerda que hay un motivo a tiempo completo para creer; ahí se abre un hueco en el cielo, infinito o al menos suficientemente largo como para no pensar más nunca en la muerte. El llanto de una vida nueva puede más que la bomba que acaba de estallar justo ahora en alguna esquina desgastada del mundo, porque la vida tiene sus propias maneras de persistir aunque nosotros insistamos en matarla. La vida puede más que nosotros, más que las conspiraciones y más que Arjona. Beck lo sabe. Y Vero también.

pd: Para Vero y Leo, a quienes se les abrió un hueco en el cielo.

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