domingo, 15 de junio de 2008

Festival de Bandas

Por 3er año consecutivo el Club de Música USB les extiende una cordial invitación al Festival de Bandas. La cita es para el 19 y 20 de Junio a las 2 p.m. en la Sala de Teatro de la USB.

El jueves 19 de junio se estarán presentando las bandas de Metal y Hard Rock:
-Deuterios
-Magna Vera
-Old Times Revenge
-VLX
-Lamentus
-Loaded Guns

El viernes 20 de junio podrás disfrutar de una tarde de buen Rock Alternativo y Pop Rock con las bandas:
-El Diablo es Mujer
-Deal
-Azul Animal
-Flanders
-PromNight Kiss

Y para cerrar el Festival se presentará AUTOPISTA SUR, quienes estarán tocando temas de su nuevo material discográfico "Caracas se Quema".

Las entradas se venderán en las puertas del teatro por 5 Bs.F.

miércoles, 11 de junio de 2008

VINILOVERSUS - Talento nacional en territorio extranjero


Nueve y media de la noche. Camino hacia la entrada de Trolly y veo a través de las paredes de vidrio; la mesa donde ellos están es la más “bullera”, ríen y hablan sin parar. El mesonero los interrumpe y rompe el encanto: “¿Qué quieren tomar?”. La química de los grupos musicales se origina fuera de escena. El secreto del éxito se esconde en la complicidad compartida por aquellos que crean juntos, que hacen del escenario su hogar y lo comparten con la gente: comparten lo que hacen en familia.

Así lo demuestran los integrantes de ViniloVersus, una banda caraqueña que aterrizó en la escena nacional para convencer a los que aún no creen que en Venezuela sí hay talento musical. Este grupo, ganador del Festival de Nuevas Bandas 2006, hizo realidad el sueño de muchos de los grupos locales: irse de gira fuera del país. Rodrigo Golsalves, Iñaki Salvatierra, Adrián Salas y Orlando Martínez atravesaron el Atlántico para realizar una serie de conciertos en territorio español.

Su canción más conocida se titula “Directo al grano”, no podía tener mejor nombre; así van los integrantes de ViniloVersus, dando respuestas claras, sinceras, y andando sin rodeos: “Estuvimos de gira del 07 al 21 de marzo; seis días en Madrid, dos días en Bilbao y el resto en Barcelona: en total tuvimos cinco conciertos”, cuenta Orlando, el baterista de la banda, quien es interrumpido por Rodrigo, el vocalista, que no se aguanta y rompe con la matemática descripción de Orlando: “Chama, ¡fue increíble!”.
Al preguntar cómo consiguieron esta oportunidad, los tres responden con la misma sincronización con la que cantan los coros de sus canciones: “Por Alberto Cabello, nuestro manager”. Adrián, bajista de la banda, explicó con más detalle: “Una persona del Seminario Internacional de Música de Barcelona (SIMBA) contactó a Alberto para informarle que había un espacio disponible, así que ese fue el propósito original de la gira”. Además de tener la oportunidad de establecer contacto con personas importantes del medio, la participación en el SIMBA ubicó a ViniloVersus en el “mapa musical” europeo.

En el segundo concierto –realizado en Madrid– compartieron escena con la banda venezolana Luz Verde. Ambos grupos se juntaron en el Barracuda Rock Bar para dar un espectáculo cien por ciento nacional. Estando en Madrid fueron invitados a dar un concierto en Bilbao; “en ese toque compartimos con varias bandas, fue una nota porque era un ambiente bien rockero”, cuenta Rodrigo.

Después de estar un par de días en Bilbao, se fueron a Barcelona para cerrar la gira. Apenas Juan Carlos Vega, director venezolano, se enteró de que el grupo estaría en la ciudad, les ofreció la oportunidad de grabar un video para el tema “Cocaína”.

Estuvieron dos días en el proceso de grabación del video clip y finalmente dieron cierre a la gira en el Harlem Jazz Club. “Cuando probábamos el sonido, a la mitad del volumen con el que tocamos usualmente, llegó una de las personas del local para decirnos que sonaba muy duro. El Harlem es un bar de jazz, no suelen tocar bandas de rock”, explica Orlando. Tuvieron que cambiar todo el show, tanto que terminaron tocando en acústico. Lo que al principio parecía una tragedia terminó siendo el concierto más aplaudido de todos: “Lo mejor de la noche fue la energía después de tocar, las personas se nos acercaban a decirnos: «¡Tío, qué buena está tu banda!.”

“Acelera que esto se me está poniendo aburrido”, dice el coro de uno de sus temas, y eso debemos hacer, pero no por aburrimiento sino porque el cruel reloj no espera a nadie. La noche se agota y aún queda mucho que contar. “Una de las personas que nos escuchó tocar en Madrid se nos acercó después del concierto para decirnos que iban a incluirnos en el Featured Artists for Europe en el Itunes”, cuenta Adrián.

Un músico, cuyo nombre no puedo recordar, dijo una vez que irse de gira es como tomarse una píldora de paraíso instantáneo; como toda píldora, el efecto pasa terriblemente rápido. “Cuando terminó el concierto en Barcelona fue triste, porque era el final de la gira. Todos pensábamos: «se acabó»”. Pero la nostalgia fue recompensada en Venezuela: apenas llegaron recibieron la noticia de que su tema “Directo al grano” había entrado en rotación en La Mega.

Es difícil pasar desapercibida la lista de logros de ViniloVersus, así como es imposible esconder las inagotables ganas que tiene el grupo de seguir haciendo música: “Tenemos que hacer sacrificios para poder estudiar una carrera universitaria y al mismo tiempo intentar sacar adelante la banda, pero sabemos que si queremos podemos”, dice Rodrigo.

Hacen malabares entre parciales y ensayos, entre libros y letras de canciones. “Yo tengo que irme, tengo que estudiar para un parcial”, dice Orlando cerca de la medianoche. Ser artista es como estar parado encima de una frontera, entre el mundo real y el mundo que creas. Y en ese lugar se encuentran Rodrigo, Adrián, Iñaki y Orlando: “Todos somos estudiantes humildes, pero estamos de cabeza en esto. La música es prioridad para nosotros”. Luego de esa confesión, el silencio los envuelve a todos como un celofán, entonces Adrián se atreve a romperlo y dice: “La cuenta, por favor”.


martes, 10 de junio de 2008

Ilustraciones



La más brava de las barras


Literalmente, hay quienes viven de las pasiones; de la adrenalina, que corre por las venas y aumenta la temperatura; de los cantos victoriosos y los insultos mojados en cerveza. En cada juego el Caracas Fútbol Club se alimenta de la furia de su fanaticada.


Todos conocen como “Colls” al baterista de la banda caraqueña Los Paranoias. Éste llega a la música por influencia de su padre –también baterista – y sus primos. De la infancia guarda los cuentos de su madre; entre ellos uno en el que él, de pequeño, protagoniza una historia de bailes sobre carros y ollas usadas como instrumentos musicales.
Sus principales intereses son la música y el deporte, al cual llega por su hermano. “De chamo me gustaba el béisbol, era fanático de los Leones del Caracas, pero ahora me aburre; me atrae el volibol, el básquet, el tenis –aunque no lo juego, pero me gustaría hacerlo- y, por supuesto, el fútbol”, comenta. Colls es un fanático entregado a apoyar al Caracas Fútbol Club a través de la barra de Los Demonios Rojos.
Ingresa a la barra de los Rojos del Ávila en el 2001, ahí desempeña las más diversas labores; siendo percusionista y baterista se encarga de los tambores y de coordinar la parte musical, así como de montar los trapos –que son las pancartas que hace cada persona y que representan lo que la gente siente por el equipo –, unas especies de trofeos que a veces se disputan entre barras rivales.
“A Los Demonios Rojos llego a partir de un pasatiempo; en un país tan difícil y raro como Venezuela, al igual que como pasa con el rock & roll, no hay un movimiento fuerte de fútbol. Nos ha tocado trabajar duro para que la gente vaya al estadio, se anime a ir a apoyar a los jugadores, sienta pasión por el Caracas FC; también nos encargamos de viajar a los juegos, reclutar gente, picar papelitos para la entrada, conseguir fuegos artificiales. Es un trabajo de hormiguita”, explica el baterista.
La barra del equipo se fundó en los 80’, al iniciarse como profesional el Caracas Fútbol Club, y aún permanecen algunos de sus miembros originales. Los Demonios Rojos surgen en el 2000 como una generación de relevo; en ella reina un ambiente de camaradería, lejos de las diferencias políticas que puede haber entre sus miembros todos se unen por el deporte. De unas cuantas docenas de miembros, hoy en día suman más de mil y eso se debe al trabajo que han realizado las barras, el entrenador del equipo Noel "Chita" San Vicente y la directiva.
Colls comenta que la barra se financia con el dinero que recolecta; a veces también logran conseguir patrocinios y cuando deben viajar el equipo les proporciona autobuses. Sus viajes incluyen traslados a ciudades como Valencia, San Cristóbal, Mérida, Trujillo y hasta Cúcuta, Colombia.
“El cuento del viaje a esta ciudad fronteriza fue muy cómico. La Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) estaba en contra del Caracas porque estaba ganando; a última hora le suspendieron jugadores al Caracas FC; le robaron un juego en Chile contra el Colo Colo con un penalti que nunca fue; le vetaron el Brígido Iriarte, luego de que el equipo siempre jugó ahí, porque el Olímpico no estaba listo y la gente del River Plate lo ensució. La Federación Venezolana no apoyó mucho al equipo, quería que el juego se diera en Maracaibo, pero las directivas y las barras no se llevan bien. De ahí surgió la idea de ir a jugar en Cúcuta; el Caracas FC nos dio los autobuses y viajamos más de ochenta personas”, relata Colls, que además comenta que esta ha sido la travesía más larga que ha pasado con Los Demonios Rojos.
Pero la barra ha llegado más allá, hay dos experiencias más que van del infierno al cielo para el equipo y sus fieles demonios: una fue en Chile, donde los “Rojos del Ávila” se enfrentaron al Colo Colo para perder 4 a 0; y la otra en Argentina, donde el Caracas FC se enfrentó al River Plate, al cual eliminó. Esa fue la primera vez que un equipo venezolano le gana a los sureños en su tierra.
En cuanto a anécdotas, siendo un integrante de Los Demonios Rojos, tiene presente muchos momentos: algunos enfrentamientos por defender a los Rojos del Ávila, “el equipo más ganador de Venezuela: tiene 9 campeonatos ganados, por lo que en otras ciudades no nos quieren”, relata. Así se han enfrentado con las barras del Táchira y Maracaibo, pero “tratando de no ser una copia mala de las barras de otros países. Se dan peleas porque está el rollo del alcohol, por comentarios hacia alguien, pero es cultura del fútbol. Nosotros no buscamos pelear, con esto sólo se logra que la gente no vaya al estadio; al contrario, siempre tratamos de que los juegos sean espectáculos bonitos para que la gente sienta al equipo y vea que juegan un buen fútbol”.
Colls recuerda, en particular, un juego en Valencia, donde su hermano recibió un golpe en la nariz y hubo una respuesta en desproporción hacia la barra del equipo de Carabobo –6 contra muchos–; y otra en la que le partieron una muela al recibir un golpe por detrás, pero comenta que la mayor parte de las experiencias son positivas. “Todos somos hermanos; cuando alguien no tiene dinero para viajar recolectamos plata para que nos acompañe. Somos amigos de años, la temporada del fútbol dura trescientos sesenta y cinco días; siempre nos reunimos para fiestas”.
Entre sus jugadores favoritos del Caracas FC se encuentran Ronald Vargas, “al que desde hace dos años hemos visto jugar menos, pero es la joya del Caracas”, relata; el joven Jonny Mirabal, José Manuel Rey, Javier Toyo y Emilio Renteria.
“Los Demonios Rojos siempre van a estar con el equipo”, finaliza.

Por Laura Vogel – Fotos Nelson Pulido

Sofía Imber: “Sé amar, no sé odiar. Aunque parezca una frase hecha, lo que digo es auténticamente cierto”


A eso de las once de la noche no quedaban empleados en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber. Un farol de Parque Central iluminaba el nombre del museo sobre la fachada. Por la puerta principal salió alguien con un martillo en la mano. Lo hizo de noche, porque de día probablemente el personal del museo no lo hubiera permitido. A la mañana siguiente todos se dieron cuenta de que alguien había arrancado diez letras a martillazos que dejaron una sombra debajo de las seis palabras «Museo de Arte Contemporáneo de Caracas». Así, “a carajazos”, Sofía Imber abandonó la fachada de su obra más importante.

“A carajazos… Nadie del museo se enteró cuándo quitaron mi nombre de la fachada”, Sofía Imber no muestra rencor cuando cuenta esto, ni siquiera rabia. Ella, que dedicó veintiocho años de su vida a un museo que ya no lleva su nombre, narra este hecho como algo del pasado que dejó de tener importancia o que nunca la tuvo; dice, incluso, que esto no le sorprendió: “Ningún acto fascista me es extraño en este momento; el que me hayan botado no me dolió, porque a uno le duelen las cosas según de quien vienen, y eso fue casi un aplauso”.

Todo lo dice con esa voz ronca que va y viene; habla bajito, dice, por los años que trabajó en la televisión. Su metro y medio de estatura comienza con unos zapaticos marrón claro mínimos y termina con cabello corto, como de hombre. Las piernas, la izquierda sobre la derecha, no se descruzan nunca. Sus manos, que son una cédula de identidad, dicen que nació en el año 1924; con la diestra acaricia al perro que se queda sentado a su lado durante toda la entrevista. El otro perro, como quien ya ha escuchado suficientes entrevistas de su dueña, se retira apenas ella responde el «¿qué tal?» inicial.

“Estoy sobreviviendo, como todos los venezolanos”. Sin importar la pregunta, siempre termina por referirse al entorno nacional; su pasado periodístico la lleva siempre por el camino de la realidad. Evoca el oficio acompañándose de un suspiro y una sonrisa: “No hay nada mejor que el periodismo, es una maravilla; lo recuerdo con mucho placer”. Entonces sonríe más intensamente y esa segunda sonrisa tumba, de un golpe y sin permiso, su reputación de dura, de intransigente.

“Sé amar, no sé odiar. Aunque parezca una frase hecha, lo que digo es auténticamente cierto. Me parece horrible odiar; me gusta trabajar con la gente, respetar el trabajo del otro: darles la posibilidad de crecer a todos”. Así, un museo que al comienzo sólo era conformado por ella y los ochocientos metros cuadrados de construcción, ahora tiene veintiún mil metros cuadrados, doscientos doce empleados y una colección permanente de cuatro mil diecinueve obras. La ilusión de darles a los venezolanos el mejor museo de arte contemporáneo de América Latina se hizo realidad gracias a Sofía Imber; que la convirtió, como dice ella, en “el contemporáneo”.

También en su casa hay algo de ese ambiente; ésta tiene más de museo que lo que tiene de casa: tres esculturas aquí, cinco cuadros allá y algo de artesanía también abundan por doquier; al respecto comenta la entrevistada: “Éstas son obras que he coleccionado durante varios años”. No hay suficiente pared para todos los cuadros; detrás de Sofía hay una estantería que está –del piso al techo– repleta de libros de arte, pero, cubriendo la mayoría de los libros, hay seis cuadros que no encontraron un lugar junto a los otros: éstos cuelgan desde el tramo más alto del estante y parece imposible sacar un libro, ya que los libros son la pared de esos cuadros. “Tengo que levantar los cuadros para bajar los libros de la estantería; es un gran trabajo, pero todo cuesta trabajo”, dice con naturalidad.

Ya va atardeciendo y Sofía Imber insiste en prender las luces para vencer la creciente oscuridad; se levanta con dificultad, “por la rodilla mala”. Ya menos oscuro todo, se vuelve a sentar junto al perro que todavía parece escuchar con interés, se voltea a ver los libros secuestrados por los cuadros y devuelve la mirada hacia el frente.

Cuando rememora sube los ojos, como buscando su pasado en el techo de la habitación. Por un rato guarda silencio; un silencio que nunca llega a ser incómodo, que no se apresura a romper, y que sólo es interrumpido por los pájaros, que cantan a todo dar antes de que anochezca. “No hay mejor despertar que el de los pájaros; no es como los despertadores. Cuando Carlos y yo teníamos el programa teníamos que llegar al estudio a las 4:45 de la madrugada, poníamos cinco despertadores para no quedarnos dormidos. En los treinta y tres años que tuvimos que llegar a esa hora, nunca llegamos tarde”.

Durante esos treinta y tres años, ella y su esposo Carlos Rangel despertaban al país con el programa Buenos días; “uno sigue consiguiéndose a gente que en aquella época era todavía muy joven y que te cuenta cómo su papá lo sentaba en frente de la televisión a ver el programa. En él no se llegaba a los términos de ahora, de tanta discusión y pelea. Hoy yo preguntaría en el programa cómo debe ser la educación en un país tan rico y tan pobre como Venezuela; el periodista trabaja dentro del momento político en el que vive. Yo tendría invitados que supieran explicar esto que estamos viviendo. Los programas deben ser así, deben tener un sentido, como las instituciones”.

Lo que fue bueno para Buenos días fue bueno para el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber. “Dirigí el museo como si fuera un periódico porque el museo, como los medios, tiene que estar ahí para la gente. Se pueden leer los cuadros como lees la página de un diario. El que entra en un museo es atravesado por ese museo; aunque no le guste lo que ve, lo observado crea un efecto en él”, esto lo dice con la seguridad de quien dirigió un museo durante veintiocho años. “Nuestro museo tenía la meta absoluta de estar ahí para la gente, de ser para ellos. Quisimos lograr que hubiera un intercambio constante y lo hicimos plenamente; invitamos a la gente del barrio a que viera las exposiciones, hicimos salas especiales para ciegos. El museo fue una institución viva”, aunque todo esto sea parte de su pasado, se sienten en su voz las ganas del presente.

A esa voz no le duele el pasado; pasa por él como se pasa por las páginas que ya se leyeron, que ya aportaron lo que tenían que aportar. “Recuerdo todo de Carlos; me hace mucha falta, fue mi gran compañero de vida, pero no me duele esa pérdida: no es un pérdida porque todavía lo tengo conmigo”. En la cara de Sofía Imber perduran las sonrisas: su sonrisa; ni ella ni su dueña son dolientes del pasado, porque en todo ve futuro: un futuro que se niega a predecir, o incluso a recomendar. “Los jóvenes saben el papel que tienen que desempeñar en este país, ellos mismos encontrarán su camino sin que nadie se los muestre. Dar consejos es un poco necio, porque nadie hace caso; yo doy consejos y nadie me hace caso, a mí me han dado muchísimos que no he seguido”. De los pocos a los que les ha hecho caso, acaso el único, está uno del escritor inglés Bertrand Russell: «no hay que temer pertenecer a una pequeña minoría». Ella confiesa que esa es su frase preferida: “La uso cada día; si no lo hiciera, no hubiera podido levantar el museo ni nada en la vida. Uno no debe tener miedo de decir cosas distintas, ni de ser diferente. Nunca fui una persona conformista, por eso me han botado de tantos sitios”.

Desde la esquina de ese sofá de cuero azul todo está claro para Sofía Imber; responde todo con la seguridad de sus ochenta y tres años y sólo pronuncia un “no sé” en toda la entrevista. Lleva un reloj en la muñeca derecha y otro en la izquierda, los dos marcando la misma hora: “Eso sí no sé por qué; desde que pude comprarme el segundo, siempre tengo los dos puestos”. Ella mira a los ojos con una sonrisa, divertida ante la pregunta para la cual, por fin, no tiene una respuesta.

Se despide con la misma sonrisa que inauguró al saludar. Casi por accidente suelta algo que suena mucho a consejo y poco a necedad: “Cuando se escribe, a uno le gusta lo que escribió y se hace con honestidad no importa si no le gusta a los demás”.


Por Ángel Zambrano Cobo
Foto Natalia Brand / Asistente: Anita Carli

lunes, 9 de junio de 2008

El Cruce Sobre el Niágara Desafía lo Imposible

Desde este sábado 7 de junio, la Sala Horacio Peterson presenta El cruce sobre el Niágara, un reconocido texto del peruano Alonso Alegría, que ha contado con numerosos montajes en diversos países. La dirección corre por cuenta de Melissa Wolf. Este espectáculo cuenta con el apoyo del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit) y el Grupo Actoral 80.

Se trata de una obra para dos actores, en este caso Daniel Rodríguez y Jesús Cova, quienes interpretan a Charles Blondin y Carlo, respectivamente. Blondin es un curioso personaje: un equilibrista francés que se dedica a cruzar la cuerda floja sobre las Cataratas del Niágara.

El joven Carlo lo visita una noche, con el fin de echarle en cara su mediocridad, su descuido y su dejadez en el oficio del cual presume. Pero en el fondo, el muchacho es un gran admirador del equilibrista. Se entrelaza así un interesante vínculo entre ambos individuos, quienes llegan a un acuerdo: Blondin cruzará una vez más la cuerda floja sobre las Cataratas, esta vez con Carlo sobre sus hombros. Es el reto de sus vidas.

Sobre este texto escenificado en más de 50 países, Melissa Wolf, su directora, comenta que es "una obra que nos habla de lo posible, del compromiso e infinito poder de la amistad". Cabe señalar que el elenco y la directora han sido alumnos de Héctor Manrique, prolífico director del GA 80 en la segunda etapa de la historia de este grupo referencial de la escena venezolana.

Con ocasión de su presentación en el país vasco, El país de España, señala: "El título alude a la gesta de un equilibrista francés que en 1870 cruzó 18 veces un alambre tendido sobre el curso del Niágara, 'una metáfora del transcurrir de la vida misma hacia una orilla esperanzadora'. El espectáculo quiere invitar a reflexionar sobre 'la realización de un individuo como ser profundo y comprometido con la existencia y la posibilidad del vuelo interior como culminación del individuo'".

La iluminación es de José Jiménez, la asistencia de dirección corre por cuenta de Luis Chicott, la asistencia de escena es de Juan Vicente Pérez y el diseño gráfico corresponde a Lester Arias. El cruce sobre el Niágara se presentará en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, de jueves a sábados a las 8 de la noche y los domingos a las 6 de la tarde, hasta el 29 de junio.