lunes, 10 de agosto de 2009

UNA OLA TRAS OTRA DE ELI BRAVO

Eli Bravo es un venezolano que se ha destacado como periodista, locutor, presentador de tv y escritor. Su último libro, Una ola tras otra, cuenta cómo al navegar en un velero en solitario se pueden encontrar todo tipo de situaciones, desde una zona de gran calma hasta zonas con denso tráfico. Pero, poco a poco, se van descubriendo grandes trucos y se van aprendiendo los conocimientos de la práctica, necesarios para esta gran experiencia.

El personaje principal de esta obra de ficción se llama Andrés, un venezolano que decide regresar al país. Es una historia, narrada en primera persona, que describe al personaje y el como descubre el temple de su espíritu y un nuevo amor.

Tal vez Andrés tenga mucho de Eli y sus anécdotas como navegante, pero no es la historia de Eli navegante, ni tampoco es Eli escrito, sin embargo, indudablemente están ligados. Por eso OJO te invita a que leas esta obra tan genial, y a que conozcas a Eli a través de su página web: http://www.elibravo.com/ y este es un adelanto de lo que podrás encontrar en su libro UNA OLA TRAS OTRA:

"Las luces palpitantes eran todo cuanto restaba de Miami. Ola tras otra, el horizonte desparecía como el pasado mientras el viento soplaba con mayor intensidad que mis ánimos. Terco y nervioso, el barco se abría paso entre las aguas oscuras. Primero con un movimiento ascendente, como si remontara el lomo de una criatura; luego había un instante de vacío aterrador. Finalmente el casco se desprendía de la cresta para caer con un estruendo del demonio. En el Gulf Stream cualquier barco es pequeño cuando el mar tiene ganas de dar pelea y ahí estaba yo, mareado hasta la médula, apenas a tres horas de haber zarpado y con dos mil millas por navegar. Me recosté tras el timón y cerré los ojos para controlar las náuseas pero una ola rebelde abofeteó el velero, levantó una lluvia salada sobre cubierta y me empapó los huesos. Resignado, asomé la cabeza por popa y solté el vómito.

El mar comenzaba a obrar su transformación.

La noche era tan clara que el mástil parecía tocar las estrellas. Envuelto en los ruidos del océano casi no podía escuchar mi respiración. El viento silbaba, las sogas gemían, el casco crepitaba, rompían las olas. El mar era totalmente negro, una inmensidad de fuerza y carácter que no podía ver pero que se hacía sentir. Con el tiempo aprendería que el océano es capaz de revelarse de las formas más encantadoras y brutales para enseñarnos el mundo que ocultamos bajo la superficie. Pero esa noche, boca arriba y con las manos entrelazadas sobre el pecho, el mar era una bestia indómita que parecía rechazarme. También mi cuerpo se resistía a ese movimiento tenaz, brutal, incontrolable. Mientras el piloto automático hacía girar de un lado al otro el timón, yo cerraba los ojos e intentaba respirar con calma para relajar el cuerpo. Wu wei. Ser uno con el movimiento.

Atrás dejaba una vida, y por delante, un viaje planeado sobre las cartas náuticas que me ofrecían la posibilidad de comenzar otra nueva. Pero la verdad, bajo la estela del barco corría un hilo invisible. Había zarpado para desprenderme del pasado, y cuando llegara a mi destino, pensaba, ese pasado sería más tenue que el espectro de las luces que se perdían por la popa. Hay pensamientos que de golpe nos lucen definitivos pero el tiempo se encarga de desmontarlos. Esa ciudad que se tragaban las olas todavía no lanzaba sus últimos rayos.

Un sueño embotado me alivió el mareo hasta que el piloto automático comenzó a pitar histérico y me devolvió al bamboleo. Me levanté de un brinco para maniobrar con torpeza y retomar los 120º. Entonces, como una ola golpeado por dentro, de nuevo vino el vómito. Con la cabeza colgando sobre cubierta y el cerebro entumecido por el mareo pude ver el mar más de cerca. Una materia negra, viva, ajena. Entonces me pregunté “¿será que llego a Venezuela?”. "

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