martes, 26 de febrero de 2008

Este domingo no es pa’ flojos


Entro al Parque del Este escuchando una música techno a todo volumen, junto a la voz de una mujer que, mediante un micrófono, enérgicamente dice: “¡Un, dos, tres, up! ¡Un, dos, tres, down! ¡Vamos! ¡Arriba!”. El sonido viene del lado de la Concha Acústica, así que puedo suponer con bastante certeza la primera imagen que observaré. Bajo las escaleras y ya puedo contemplar plenamente la actividad que allí se realiza. Es una sesión multitudinaria de aerobics -en la que participan unas 100 personas- liderada por una mujer de cuerpo atlético que, desde la tarima, instruye a los presentes. Pantalones de lycra, camisetas y gorras de varios colores destacan entre los “atletas”. Sin embargo, sólo una minoría sigue con obediencia las instrucciones: para los demás es sólo una echadera de vaina. Un malandrito imita con gestos exageradamente amanerados los ejercicios, deleitando a sus panitas que lo acompañan. A continuación, se desarrolla la “sesión de relajación y estiramiento” musicalizada ahora por Nothing else matters de Metallica. Avanzo.

Me encuentro ahora en una zona que contiene al menos 12 bancos de concreto. Sobre uno de esos bancos, una morenaza estira sus extremidades con gran flexibilidad. Por instantes, desafía con su cuerpo la ley de la gravedad, con unas posiciones que inspirarían con gran utilidad a cualquier ilustrador del Kamasutra. Todos los que por allí pasan, atisban disimuladamente y con una extraña fascinación a “la negra contorsionista”. En otro de los bancos, está sentada una joven delgada que viste una camiseta negra y un mono azul oscuro. Juega con su hija, que escasamente tendrá un par de años, pasándole una pelota amarilla con una happy face pintada en negro. El buen ánimo de la niña contrasta con el de su madre, que parece tener tatuado ese bostezo que dibujan las mañanas de los domingos. Sigo.

Mientras camino hacia el cafetín más cercano, miro hacia los jardines que me rodean y me inquieta el dinamismo del ambiente. Unos juegan con pelotas de fútbol, otros trotan, y algunos practican colectivamente disciplinas como capoeira, gimnasia o karate. Aquí la religión es el deporte y el Parque del Este abre sus puertas a todos los creyentes. Al llegar al cafetín, veo personas que todavía desayunan siendo casi las once de las mañana. Un joven delgado con camiseta blanca y short azul, visiblemente agotado, se refresca con un jugo de naranja premiándose luego de su intensa jornada. A su lado, otro individuo con más edad, más peso y aparentemente más dinero, se toma un Gatorade de mandarina, escuchando su i-pod y con lentes Oakley. Vuelvo a mirar a la gente que trota sobre la “serpiente de cemento” del parque, y que parece invitarme a que me incorpore a su manada. No ofrezco resistencia y decido acompañarles.

Delante de mí caminan un moreno delgado que –calculo- tendrá unos 23 años, y a su izquierda otra morena aún más delgada, que sostiene con una mano a su hija, que no debe sobrepasar su primer lustro de vida. Presumo que son pareja, pero están ahora peleados o separados. Lo digo por la distancia prudencial y chocantemente diplomática que los separa. Lo digo porque tampoco se agarran de las manos. Y lo digo porque hay un solo tema en su conversación y tiene nombre: Yandry. “Mira y ¿qué paso con la plata pa’ los remedios de tu hija?”, le reclama ella. “¡Coño Yesibel! Tú bien sabes que la vaina está jodida”, le responde incómodo. Me temo que no estaba equivocado. La chamita ahora suelta la mano de su madre y se coloca entre los dos. Le agarra la mano izquierda a su papá y la otra a su mamá. Ambos parecen sentir el “corrientazo”: él sonríe esperanzado y ella mira hacia otro lado con una cara ‘e culo sobreactuada. La niña sonríe y brinca alegremente anhelando reconciliación. La infancia y el amor, suelen ser cómplices.



Por: Victor Marín -- http://victor-marin.blogspot.com/

1 comentario:

Unknown dijo...

Horrible artículo. Mejor buscar otro oficio mientras haya tiempo.