jueves, 28 de febrero de 2008

(A veces) Pienso que sería mejor que el ascensor se dañara y no quedara otra que usar escaleras


Estoy esperando, con ansias, que llegue el ascensor del CCCT para subir a la radio. De hecho, voy retrazado diez minutos y me estoy muriendo de hambre. Hay mucha gente acompañándome en la espera. Resalta una madre y su hija que tienen una discusión sobre si se dice “hubiera” o “hubiese”, un motorizado con casco en mano hablando por celular y dos secretarias chismosas. El ascensor llega y como es de costumbre, está repleto. Tengo que seguir esperando. “Hablé con la tía. Sí, tú sabes que ella es muy buena en eso. Le pregunté si era hubiera y dijo que sí” contaba la hija, a la que le calculé unos 22 años. La madre escuchaba con atención y confiaba en la sabiduría de dicha tía. “Entonces, fui donde la profesora y le dije que era ella la que estaba equivocada”. Por su parte, el motorizado pegaba gritos por el celular tratando de explicar que tenía que verse con no sé quien en Altamira. Todo esto sin poder despegarme de la conversación que mantenían las secretarias sobre una amiga de ellas, quien es sumamente hipócrita porque le hizo una maldad - que nunca entendí bien cuál fue - a Clarita.

El ascensor volvió a llegar, no tan repleto como antes, pero sí con cierta cantidad de gente en su interior. Entre los que logramos montarnos estaban: las dos secretarias - quienes seguían cotorreando - la madre y la hija, el motorizado que ya había dejado de hablar por celular y yo. En el momento en que las puertas se están cerrando, llega corriendo un tipo, disfrazado de ejecutivo, con una bolsa de Pollo Arturos. No sé como hicimos, pero entramos todos. Al cerrarse las puertas, comienza un concierto desafinado de gritos “el 4, por favor” dijo el motorizado, “ay mija, márcame el 9” le dijo una de las secretarias a la hija de los problemas de redacción.

Nadie se puede mover, el calor nos impregna a todos. Hago esfuerzos para no tener contacto con la nuca del que tengo adelante. El motorizado saca un ipod y comienza a escuchar música, que por lo que logré oír tenía rasgos de vallenato. Llegamos al primer piso y se escucha un lejano “permiso”, desde atrás. Todo el mundo intenta moverse sin saber a dónde, para lograr darle paso a una señora bajita que estaba en el fondo del ascensor. Unos salen para dar paso, otros se pegan a las paredes y finalmente, la bajita sale victoriosa como quien celebra dejar atrás ese horno humano.

Sigue el recorrido. A todas estas, yo tengo que llegar al piso 9. Comienzo a sentir el olor a pollo que viene de la bolsa del ejecutivo. Con el hambre que tenía, me imaginé arrancándosela de la mano mientras salía corriendo en la próxima parada. En eso caigo en cuenta de que las secretarias siguen hablando de Clarita y de la supuesta amiga hipócrita, la cual ahora tiene nombre: Yajaira. Ahora conversan en máximo volumen. Intentan dejar claro a los usuarios, de aquel infernal ascensor, que jamás deberíamos establecer relación con personas de nombre Yajaira.

Llega el piso 5 y se me hace cada vez más infinito el recorrido. Se baja un señor que se despide de las secretarias diciéndoles que no se dejen, que ellas son mayoría y que pueden contra la terrible Yajaira. Yo intento aguantar la risa, mientras el par de chismosas se despiden del señor con aire de gloria.

Se abren las puertas en el piso 7 y el par de mujeres ya eran amigas de todos los usuarios del ascensor. Tanto así, que la madre interrumpió a la hija - quien continuaba hablando sobre su profesora y el fulano “hubiera” - para decirles, que ella una vez había tenido una amiga así (igualita a Yajaira) y que un día, se habían puesto de acuerdo entre varias para rayarle el carro.

El ascensor se detiene en el 8 y se baja el motorizado, quien estaba tan concentrado en su música que nunca se enteró de la existencia de la mala amiga Yajaira. Se cierran las puertas, mis esperanzas, por salir a la vida, vuelven. Por fin, saldría de aquella prisión. Se abren las puertas, desembarco junto a las dos secretarias. Ellas van hacia la izquierda, yo hacia la derecha. Llego a la radio con veinte minutos de retraso, mientras escucho, vagamente, las historias de la amiga hipócrita. ¡Qué difícil es llegar a tiempo y sin contratiempos! A veces, pienso que sería mejor que el ascensor se dañara y no me quedara otra que usar escaleras.

Texto por: Roberto Franchi (Universidad Monteávila). Editado por: Ojo.



2 comentarios:

Unknown dijo...

Sin ánimos de crítica, me pareció entretenido. Sin embargo, sí el motorizado pide que marquen el 4, es un poco extraño que se baje en el 8...
-Luis Rivero

elblogderobertofranchi dijo...

habian dos motorizados, pero si se explicaba la vida del otro se hacia muy largo y fastidioso